Durero realizó estas dos obras maestras en 1507, tras su segundo viaje a  Venecia. Pertenecieron al emperador Rodolfo II, quien las llevó a su  castillo de Praga. Durante el saqueo de la ciudad en 1648 fueron  capturadas por los suecos. La Reina Cristina de Suecia no era muy amante  de la pintura alemana y gracias a ello acabaron en España, pues la Reina se  las regaló a Felipe IV.

Al ser consideradas unos desnudos pasaron a  engrosar las «Bóvedas de Tiziano» del Alcázar (una especie de sala  reservada). Tras el incendio del edificio se trasladaron al Palacio del  Buen Retiro. Carlos III incluyó las tablas de Durero en una lista con otros cuadros «indecentes» con el fin de que fueran destruidos.  Se salvaron gracias a la intercesión de Mengs, pintor del Rey, que  reclamó las tablas para que pudieran estudiar con ellas sus discípulos.  Estuvieron ocultas en la Academia de Bellas Artes hasta su traslado  definitivo al Prado en 1827.

Recientemente El Prado ha procedido a realizar una intensa restauración de ambas obras, logrando resultados sorprendentes. Las obras han recobrado toda su luz y esplendor, recuperándose matices que habían permanecido ocultos tras años de polvo y restauraciones deficientes que habían ocultado bajo capas de barniz parte de la obra.

Me ha parecido muy interesante el cambio de los cuadros, la comparación del ante y el después es asombrosa, y el resultado verdaderamente magnífico.

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