Desde el siglo XIV y hasta el XVIII, se observa la costumbre en algunos países, como Alemania, Francia e Italia, de recurrir al empleo de pequeñas figurillas con las que se estudiaba anatomía. Éstas se tallaban sobre marfil y estaban compuestas de diversas piezas desmontables cuyo conjunto se presentaba dentro de cuidados estuches fabricados con madera noble.
Los modelos de carácter femenino se centraban en mostrar el proceso de gestación de la mujer, de modo que la parte delantera del abdomen podía ser extraída para permitir visualizar el útero y el feto en desarrollo, pieza esta última que solía unirse a la placenta por medio de un cordel hecho con hilo de seda.
La escasez de detalles anatómicos presentes en este tipo de objetos podría deberse a un uso más popular destinado a facilitar a la gente no instruida el conocimiento del funcionamiento del cuerpo femenino. Con el tiempo y ya entrado el sigo XVIII estos artefactos de pequeñas dimensiones dieron paso a modelos anatómicos de tamaño real elaborados con diferentes materiales como madera, papel maché, escayola y cera. Se combinan sensualidad y maternidad; ejemplo perfecto para expresar
la creación de vida.
Este tipo de objetos adquirió gran popularidad en los museos anatómicos
europeos y en las colecciones itinerantes alrededor de los años 1820 y 1830, pues permitían
la transmisión del conocimiento sin requerir de una formación previa por parte
del espectador, y evitaban la repulsión propia del cadáver en la mesa de disecciones al
ser dotados externamente de una belleza seductora.
En el Londres victoriano
hubo un museo de cera sólo para mujeres, conocido como Madame Caplin’s, situado en
Marlborough Street, donde se mostraban una serie de modelos anatómicos femeninos
destinados a ilustrar “los malos efectos del cordón apretado”. En muchas ocasiones,
estas instituciones recurrían a un tipo de publicidad dirigida exclusivamente a este
sector de la población, destacando su papel de madres o de enfermeras. Y aunque la
mayoría de los museos admitían un público diverso, en general solían establecer visitas
y horarios diferentes para evitar la coincidencia con los hombres.
La adopción de una postura reclinada en la mayoría de las Venus anatómicas que
salieron de los talleres italianos trae a la memoria la larga tradición pictórica y escultórica
de mujeres y diosas recostadas que alcanzó su apogeo durante el Neoclasicismo.
Las hermosas Venus florentinas, de hecho, tienen poses y rasgos neoclásicos que revelan
el proyecto final: la realización de una anatomía artificial que permitiera a
los médicos estudiar el cuerpo humano sin los inconvenientes del cadáver real.
Para saber más:
Anatomía femenina en cera: ciencia, arte y espectáculo en el siglo XVIII, Por Alicia Sánchez Ortiz, Nerea del Moral y Roberta Ballestriero.
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