Nunca he sido muy "pro-zombie", aunque hay que reconocer que son gente simpática. Son muy activos, yendo de acá para allá en busca de nuevas víctimas, y siempre creativos a la hora de inventar nuevas formas de atraparte. No te aburren con conversaciones largas y tediosas, y son fáciles de contentar. A lo mejor no son la mejor compañía para ir de compras porque no cambian a menudo de ropa, pero tienen ese "je ne sais pas quoi" en sus andares que te hace querer tener uno por mascota para poder ponerle lacitos y vesitos llenos de tul y gasa. Si alguien no te cae bien, no tienes más que lanzarle a tu zombie -mascota. Habrás perdido a un amigo algo insoportable, pero habrás ganado otro zombie. Puede que su aroma a putrefacción no sea lo más agradable, pero nada que no se arregle con un ambientador de pino colgado de su oreja (sí es que aún le queda alguna). Quizás se le caigan algunos trozos de sí mismos en tu plato mientras almuerzas, pero no te enfades, ¡más condimento para tu comida! Un día de estos organizaré una merienda con zombies, y para no destacar me llevaré magdalenas de cerebritos tan monas como estas, aunque cuando ellos descubran que están hechas de chocolate, crema de queso y mermelada de frambuesa, no sé si habrá una próxima merienda. ¿Qué tal una taza de té negro para acompañar? :)
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