Antes de comenzar a tratar los orígenes y evolución de esta prenda, creo que es importante hacer referencia a la distinción entre corsé y corpiño. El corsé es una prenda de ropa interior y como tal, se lleva bajo las vestiduras. Por su parte el corpiño, aunque cumpliendo una función similar al corsé, formaba parte de las prendas exteriores, y por tanto era visible. De hecho no era nada raro en el Siglo XIX llevar a la vez un corsé y encima de éste, un vestido con corpiño.
Las primeras referencias al corsé en la historia de la moda se encuentran en el Renacimiento. En aquel período el ideal femenino pasaba por un talle estrecho y unas caderas anchas. Pero en aquel entonces al corsé se le denominaba "basquiña", que estaba confeccionada con un tejido rígido que se pegaba al cuerpo y le daba forma de embudo suprimiendo la redondez natural del seno y proyectándolo hacia arriba.
El corsé llegaría hasta el Barroco aunque este período destacaría por los escotes profundos que aceptaban la forma redondeada de los senos. El descubrimiento por parte de William Harvey, en 1628, de la circulación sanguínea iniciaría del debate de si los corsés eran la causa de daños físicos en la mujeres, que a la larga supondría el abandono de los refuerzos de madera y acero que se solían utilizar en su fabricación.
En el siglo XVIII, en el Rococó, las mujeres no abandonan aún el corsé, cuya labor sigue siendo la de estrechar la cintura. A éste se sujetaba el famoso miriñaque que ensanchaba las caderas a través de una estructura de aros de metal, haciendo parecer aún más estrecha la cintura femenina. En esta época se pusieron de moda los vestidos "a la francesa", que tienen como mayor exponente a Madame de Pompadour. En este caso el corsé continuaba su tendencia escotada, denominándose entonces "modestia", y al que luego se cubría con lazos y tejido. María Antonieta odiaba los corsés, razón por la cual durante largo tiempo las mujeres de la corte adoptaron las preferencias de la Reina en el vestir. Con la llegada de la Revolución Francesa en 1789, la moda se hizo más informal, de manera que muchos de los adornos característicos de la época desaparecieron, desde las pelucas altas y empolvadas hasta los tacones. Los corsés se mantuvieron, pero a partir de este momento las francesas comenzaron a usarlos sin ballenas.
Con todo hay que decir que pese a su nacimiento dos siglos atrás, es en el XVIII cuando el corsé se convierte en una verdadera obra de arte, decorados con raso, sedas bordadas y sedas brocadas; mientras las rígidas ballenas eran forradas de un áspero algodón. El corsé no sólo realzaba la figura femenina, sino que también era un símbolo de posición social ya que su uso impedía hacer esfuerzos excesivos e indicaba que se era miembro de una clase ociosa. No obstante, incluso las mujeres humildes utilizaban un símil mucho más sencillo, un corselete de cordones. Se volvió a iniciar en este período el debate sobre su conveniencia que culminaría en 1770 con un panfleto titulado "La Dégradation de l´espèce humaine par l´usage du corps à baleine" ("La Degradación de la especie humana por el uso del cuerpo de ballenas"). Tanto hombres como mujeres se mostraron contrarios a su uso, siendo el filósofo Rousseau uno de los que se manifestó con mayor virulencia. No obstante, hoy en día el debate no está cerrado. Sus detractores alegan que causaban esquirlas, lesiones en el hígado o desplazamiento de costillas, mientras que sus enamorados argumentan que esas lesiones eran causadas por las malas condiciones sanitarias de la época además de por una deficiente alimentación.
En cualquier caso el corsé llegó al Siglo XIX con una imagen renovada. Aunque su labor principal seguía siendo la de estrechar la cintura, su forma se ampliaba en la cintura y en el pecho acomodándose más a la figura natural del cuerpo femenino. En esta época se llegó a un alto grado de perfección en su confección. Las ballenas de acero o madera fueron remplazadas por las barbas de las ballenas ya que eran fuertes y flexibles al mismo tiempo, de ahí su nombre. En 1823 comenzó a combinarse con el uso del encordado en la parte trasera que ayudaba a mantenerlo sujeto. En la década de los 80 de este siglo se pusieron de moda los corsés de colores fuertes como el rosa fucsia, el rojo, el albaricoque o el azul pavo real; aunque se seguían fabricando en blanco y negro por razones prácticas.
Es sin duda en este siglo cuando se desarrolla toda la ingeniería del corsé. En 1873 comienza a utilizarse el "busk", cierres metálicos en la parte delantera que acentuaban su forma característica. A finales del XIX los corsés se hicieron más largos para conseguir la nueva silueta de "reloj de arena". Apretaban el abdomen y envolvían las caderas a la vez que se aumentaba la cantidad de ballenas para proporcionar una línea más suave, ocultar michelines y evitar que la tela se enroscase. Para ello se perfeccionó la técnica de creación en 1868 gracias a Edwin Izod que creó el proceso de moldeado al vapor, unida a la invención de la máquina de coser en 1846 por Isaac Singer. Estas mejoras técnicas tenían como objetivo oprimir menos los órganos internos mientras se contenía el estómago. Incluso se idea una puntada característica, "flossing", que evitaba que las ballenas se salieran del corsé a la vez que lo decoraban.
Más tarde comenzaron a crearse corsés compuestos de tiras horizontales y verticales combinadas con ballenas creando una especie de cuadriculado. A este modelo se le denominó "corsé saludable" empleándose para hacer deporte porque se entendía que su sistema de ventilación permitía mejor la transpiración. A ello se unirían más tarde los corsés de lana con busk metálico del Doctor Gustav Jaeger, en 1887, que creía que los corsés no eran malos en sí mismos, sino sus materiales que enfriaban la piel a diferencia de la lana sin teñir.
A principios del Siglo XX el corsé, considerado como símbolo de opresión femenina, sería reemplazado por el sujetador, y a pesar de ello, ha logrado sobrevivir hasta a nuestros días. Modistos de la talla de Alexander McQueen o John Galliano demostraron que el corsé puede continuar siendo una prenda que aporte feminidad sin suponer un castigo para el cuerpo. Aunque se siguen fabricando modelos rígidos, el mercado ofrece también modelos semirígidos e incluso sin ballenas que logran todavía acentuar la cintura. A día de hoy artistas como Dita Von Teese han asociado el corsé a la sensualidad, aunque ciertamente se sigue identificando con estilos muy determinados como es la estética gótica. Sea como sea... ¡Larga vida al corsé!
Fuente: La moda del siglo XIX en detalle, Lucy Johnston.
Las primeras referencias al corsé en la historia de la moda se encuentran en el Renacimiento. En aquel período el ideal femenino pasaba por un talle estrecho y unas caderas anchas. Pero en aquel entonces al corsé se le denominaba "basquiña", que estaba confeccionada con un tejido rígido que se pegaba al cuerpo y le daba forma de embudo suprimiendo la redondez natural del seno y proyectándolo hacia arriba.
El corsé llegaría hasta el Barroco aunque este período destacaría por los escotes profundos que aceptaban la forma redondeada de los senos. El descubrimiento por parte de William Harvey, en 1628, de la circulación sanguínea iniciaría del debate de si los corsés eran la causa de daños físicos en la mujeres, que a la larga supondría el abandono de los refuerzos de madera y acero que se solían utilizar en su fabricación.
En el siglo XVIII, en el Rococó, las mujeres no abandonan aún el corsé, cuya labor sigue siendo la de estrechar la cintura. A éste se sujetaba el famoso miriñaque que ensanchaba las caderas a través de una estructura de aros de metal, haciendo parecer aún más estrecha la cintura femenina. En esta época se pusieron de moda los vestidos "a la francesa", que tienen como mayor exponente a Madame de Pompadour. En este caso el corsé continuaba su tendencia escotada, denominándose entonces "modestia", y al que luego se cubría con lazos y tejido. María Antonieta odiaba los corsés, razón por la cual durante largo tiempo las mujeres de la corte adoptaron las preferencias de la Reina en el vestir. Con la llegada de la Revolución Francesa en 1789, la moda se hizo más informal, de manera que muchos de los adornos característicos de la época desaparecieron, desde las pelucas altas y empolvadas hasta los tacones. Los corsés se mantuvieron, pero a partir de este momento las francesas comenzaron a usarlos sin ballenas.
Con todo hay que decir que pese a su nacimiento dos siglos atrás, es en el XVIII cuando el corsé se convierte en una verdadera obra de arte, decorados con raso, sedas bordadas y sedas brocadas; mientras las rígidas ballenas eran forradas de un áspero algodón. El corsé no sólo realzaba la figura femenina, sino que también era un símbolo de posición social ya que su uso impedía hacer esfuerzos excesivos e indicaba que se era miembro de una clase ociosa. No obstante, incluso las mujeres humildes utilizaban un símil mucho más sencillo, un corselete de cordones. Se volvió a iniciar en este período el debate sobre su conveniencia que culminaría en 1770 con un panfleto titulado "La Dégradation de l´espèce humaine par l´usage du corps à baleine" ("La Degradación de la especie humana por el uso del cuerpo de ballenas"). Tanto hombres como mujeres se mostraron contrarios a su uso, siendo el filósofo Rousseau uno de los que se manifestó con mayor virulencia. No obstante, hoy en día el debate no está cerrado. Sus detractores alegan que causaban esquirlas, lesiones en el hígado o desplazamiento de costillas, mientras que sus enamorados argumentan que esas lesiones eran causadas por las malas condiciones sanitarias de la época además de por una deficiente alimentación.
En cualquier caso el corsé llegó al Siglo XIX con una imagen renovada. Aunque su labor principal seguía siendo la de estrechar la cintura, su forma se ampliaba en la cintura y en el pecho acomodándose más a la figura natural del cuerpo femenino. En esta época se llegó a un alto grado de perfección en su confección. Las ballenas de acero o madera fueron remplazadas por las barbas de las ballenas ya que eran fuertes y flexibles al mismo tiempo, de ahí su nombre. En 1823 comenzó a combinarse con el uso del encordado en la parte trasera que ayudaba a mantenerlo sujeto. En la década de los 80 de este siglo se pusieron de moda los corsés de colores fuertes como el rosa fucsia, el rojo, el albaricoque o el azul pavo real; aunque se seguían fabricando en blanco y negro por razones prácticas.
Es sin duda en este siglo cuando se desarrolla toda la ingeniería del corsé. En 1873 comienza a utilizarse el "busk", cierres metálicos en la parte delantera que acentuaban su forma característica. A finales del XIX los corsés se hicieron más largos para conseguir la nueva silueta de "reloj de arena". Apretaban el abdomen y envolvían las caderas a la vez que se aumentaba la cantidad de ballenas para proporcionar una línea más suave, ocultar michelines y evitar que la tela se enroscase. Para ello se perfeccionó la técnica de creación en 1868 gracias a Edwin Izod que creó el proceso de moldeado al vapor, unida a la invención de la máquina de coser en 1846 por Isaac Singer. Estas mejoras técnicas tenían como objetivo oprimir menos los órganos internos mientras se contenía el estómago. Incluso se idea una puntada característica, "flossing", que evitaba que las ballenas se salieran del corsé a la vez que lo decoraban.
Más tarde comenzaron a crearse corsés compuestos de tiras horizontales y verticales combinadas con ballenas creando una especie de cuadriculado. A este modelo se le denominó "corsé saludable" empleándose para hacer deporte porque se entendía que su sistema de ventilación permitía mejor la transpiración. A ello se unirían más tarde los corsés de lana con busk metálico del Doctor Gustav Jaeger, en 1887, que creía que los corsés no eran malos en sí mismos, sino sus materiales que enfriaban la piel a diferencia de la lana sin teñir.
A principios del Siglo XX el corsé, considerado como símbolo de opresión femenina, sería reemplazado por el sujetador, y a pesar de ello, ha logrado sobrevivir hasta a nuestros días. Modistos de la talla de Alexander McQueen o John Galliano demostraron que el corsé puede continuar siendo una prenda que aporte feminidad sin suponer un castigo para el cuerpo. Aunque se siguen fabricando modelos rígidos, el mercado ofrece también modelos semirígidos e incluso sin ballenas que logran todavía acentuar la cintura. A día de hoy artistas como Dita Von Teese han asociado el corsé a la sensualidad, aunque ciertamente se sigue identificando con estilos muy determinados como es la estética gótica. Sea como sea... ¡Larga vida al corsé!
Fuente: La moda del siglo XIX en detalle, Lucy Johnston.
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