La novela gótica surgió a la sombra de la Inglaterra del Siglo de las Luces, de su neoclasicismo ilustrado, de su desproporcionado culto a la razón, cuando el rechazo a lo sobrenatural, en la vida cotidiana, llevó aparejado, en su propio nacimiento, una férrea condena de su uso literario y estético.
El éxito abrumador había provocado que, desde su lugar de origen, este género traspasara fronteras para asentarse en otros países que dependían estrechamente de unas circunstancias históricas, sociales y literarias diferentes, y hasta opuestas, a aquellas que lo originaron.
Lejos de morir, comenzó una existencia revitalizada en otras literaturas que lo llevarían, en un ir y venir de trasvases, hasta la más cercana actualidad. La ceguera hacia lo gótico dieciochesco, esta continuada acusación por parte de intelectuales significó, por un lado, que se acabara clasificando a la ficción gótica como trivial o absurda y, al mismo tiempo, se la excluyera, quizás para siempre, del derecho a ser llamada literatura y, por otro, y derivada de esta, en cierta manera, que se consiguiera condenar desde el principio su libertad de difusión, cerrando, con ello, las puertas a muchas otras literaturas europeas.
Desde el racionalismo más conservador y terrorífico hasta el horror más irracional, como los dos puntos extremos de un debate social e histórico recogido y problematizado en su seno, la novela gótica busca entonces la sensación del miedo, el éxtasis de lo sublime.
El resto de componentes que la estructuran, y fijan inequívocamente su fórmula, dependerán siempre de esta exigencia. Desde este punto de vista, el componente argumental aparecerá dispuesto no en función de los elementos sobrenaturales, sus diferentes manifestaciones o el momento histórico en el que surgen, sino en torno a esta búsqueda incesante del miedo. Un miedo que ahonda en la muerte y lo que hay más allá de esta o en el dolor que brota del sufrimiento más hondo y perturbador, tanto del cuerpo como del espíritu.
Aquellas primeras interpretaciones del género, en virtud de un esquema reducido a los límites de un castillo, un fantasma, un villano y una dama asustadiza, ha mantenido en un segundo plano esta otra vertiente, este otro horror más profundo que busca en lo prohibido, lo innombrable y lo tabuizado por la sociedad, desestabilizar estructuras y perturbar sosiegos, pero al mismo tiempo pretende sacar a la luz, instintos ocultos en ese lugar de la mente donde el decoro no encuentra su sitio. Porque el fantasma, real o imaginado, es tan necesario al gótico como lo pueden ser las torturas inquisitoriales, las violaciones en todos sus grados o los castigos depravados de personajes enfermos y corrompidos.
Encontramos además, los dos impulsos que escindieron el género en dos vertientes opuestas pero complementarias en su origen: la racional terrorífica que buscar el miedo, escondido tras los pliegues de la veracidad histórica, y la irracionalista que abandona el componente sobrenatural, que se recrea en el placer del horror, que da rienda suelta a la monstruosidad y que juega con la angustia y el sufrimiento a través de una lección moral bastante debilitada.
Como principales exponentes de la literatura gótica, podemos destacar los siguientes:
- El castillo de Otranto (1765), de Horace Walpole.
- Sir Bertram (1773), de Barbauld.
- The Recess (1785), de Sophia Lee.
- Vathek (1786), de William Beckford.
- Los misterios de Udolfo (1794), de Ann Radcliffe.
- Las aventuras de Caleb Williams (1794), de William Godwin
- El Monje (1796), de Matthew Gregory Lewis.
- El italiano, o el confesionario de los penitentes negros (1796-1797), de Ann Radcliffe.
- Wieland o la transformación (1798), de Charles Brocken.
- St. León (1799), de William Godwin.
- Manuscrito encontrado en Zaragoza (1805-1815), de Jan Potocki.
- Los elixires del diablo (1815-1816) (Die elixiere das Teufels), de E. T. A. Hoffmann.
- El mayorazgo (1817) , de E. T. A. Hoffmann.
- Frankenstein o El moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley.
- El Vampiro (1819), de John William Polidori
- Melmoth el errabundo (1820), de Charles Robert Maturin
- Vampirismo (1821), de E. T. A. Hoffmann
- Infernaliana (1822), de Charles Nodier
- Nuestra Señora de París (1831), de Victor Hugo
- La caída de la casa Usher (1839), de Edgar Allan Poe
- Varney el vampiro, o el festín de sangre (1845-1847), de James Malcolm Rymer y Thomas Preskett.
- Cumbres Borrascosas (1847), de Emily Brontë
- La casa de los siete tejados (1851), de Nathaniel Hawthorne
- El fauno de mármol (1860), de Nathaniel Hawthorne
- El monte de las ánimas (1861), de Gustavo Adolfo Bécquer
- Carmilla (1872), de J. S. Le Fanu.
- El fantasma de Canterville (1887), de Oscar Wilde
- El retrato de Dorian Gray (1891), de Oscar Wilde
- El castillo de los Cárpatos (1892), de Julio Verne
- Otra vuelta de tuerca (1897), de Henry James
- Drácula (1897), de Bram Stoker
- La bestia en la cueva (1905), de Howard Phillips Lovecraft
- El fantasma de la ópera (1910), de Gastón Leroux
- La guarida del gusano blanco (1911), de Bram Stoker
- La torre de los siete jorobados (1920), de Emilio Carrere.
Fuentes: http://www.cervantesvirtual.com/ y Wikipedia.
Me encantó Becquer! Besotes!
ResponderEliminarAngie - De mis favoritos :D
ResponderEliminarTe agradezco un montón esta lista, pues estaba con ganas de leer más literatura gótica y no tenía nada claro qué debería leer. Con esta lista me lo has puesto un poco más fácil, ¡gracias Madame!
ResponderEliminarMadame Krueger - A mi también me ha resultado muy útil, voy apuntando los que me quedan por leer ;)
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar.