domingo, 10 de agosto de 2014

Peligros cotidianos de la vida victoriana parte 1: alimentos adulterados.

Durante el siglo XIX, la población inglesa se multiplicó por diez, y Londres era la principal ciudad industrializada del mundo. Con objeto a procurar alimento a toda esta creciente población, adulterar alimentos era una práctica habitual entre los vendedores y mercaderes.



El pan se adulteraba con aluminio para ahorrar harina, que al absorber el agua, le daba más eso a la hogaza, y lo hacía más atractivo para el consumidor. En principio, se trataban de cantidades pequeñas, pero al sumar las de otros alimentos que también habían sido adulterados, podía volverse peligroso. Mucho más cuando el pan representaba un tercio de lo que comías diariamente, provocando serios problemas. Éste era el caso de los niños de los orfanatos, a los cuales la ingesta excesiva de aluminio por su dieta rica en pan podía provocarles serios problemas estomacales, diarrea e incluso la muerte.

Otra razón para adulterar los alimentos era el hacerla más atractiva a la vista, para lo cual se empleaba el uso de colorantes. Para dar un tono más amarillo a la mostaza, se usaba plomo cromado, que es lo que se usa en la actualidad para pintar los autobuses escolares americanos. El té se adulteraba con prácticamente cualquier cosa: polvo, arena, té usado, pegamento...



En 1866 se aprobó la primera legislación sobre adulteración de alimentos tras descubrir que más de 2.000 productos se encontrabas adulterados, según el estudio presentado por el doctor Arthur Hill Hassal. Sin embargo, esta ley no impuso condiciones demasiado restrictivas, y tampoco resultaba realmente efectiva en tanto que era muy difícil para la policía probar que se habían adulterado los alimentos. A ello se sumaban dos hechos importantes: la gente tampoco sabía qué aspecto o sabor tenía la comida no adulterada; y por otro estaba la cuestión de que muchos de ellos carecían de ingresos suficientes para permitirse alimentos de mejor calidad.


Ante esta perspectiva de alimentos mezclados con productos peligrosos, la leche se aparecía como un esencial de cualquier dieta saludable al representar una fuente barata de calcio. Sin embargo, tras el estudio realizado en 1882 sobre 250 muestras de leche, se demostró que una quinta parte de ellas estaban adulteradas.


A ello se añadían las terribles prácticas llevadas a cabo por las amas de casa victorianas, siguiendo las recomendaciones de quien era por aquel entonces su "gurú culinario", la Sra. Beeton. En su libro, la Sra. Beeton advertía que para prolongar la vida de la leche cuando ésta comenzaba a tener un sabor agrio, lo que debía hacerse era añadir ácido bórico, producto que se utiliza hoy en día como insecticida. El ácido bórico eliminaba la acidez, pero no mataba las bacterias, por lo que se corría el riesgo de contraer fuertes fiebres, o incluso la tuberculosis de origen bovino.

La tuberculosis de origen bovino dañaba los órganos internos, los huesos y provocaba la aparición de tumores en la columna vertebral que daban lugar a su deformación, así como la muerte. Se estima que durante el siglo XIX, medio millón de niños murió en Inglaterra a causa de la tuberculosis bovina.


Pese a ello, se desarrollo un producto derivado del ácido bórico conocido como "Borax", el cual se convirtió en un producto indispensable para la higiene personal, ya que se usaba como jabón, pasta de dientes o incluso para limpiar el baño. Sin embargo, cuando el ácido bórico es tragado, produce secuelas como dolor abdominal, diarrea y náuseas. A largo plazo, implica daños en el cerebro y la muerte.

Fuente: documental Hidden Killers: The victorian home - BBC UK.

6 comentarios:

Tsukko dijo...

Uf, no tenía ni idea de nada de esto pero suena bastante... oscuro, y duro viendo las consecuencias que tenía tomar esas cosas pero de todos modos ha estado interesante~~

Laurelin dijo...

Madre mía, menuda burrada lo del ácido bórico. Yo lo utilizo para tratar el metal y procuro no tocarlo nunca. ¡Interesantísimo artículo! Ahora lo de viajar en el tiempo al s. XIX no parece una idea tan excelente.

Madame Macabre dijo...

Tsukko - Y lo que me queda por contar XD. Es de un documental muy interesante que he visto. Te das cuenta de que, aunque en este siglo la ropa no sea tan bonita, tenemos nuestras ventajas ;).

Muchas gracias por comentar.

Madame Macabre dijo...

Laurelin - Si viajas, llévate tu propia comida. Y eso que todavía no he hablado de los cuartos de baño XD.

Por cierto, estoy preparando la entrada sobre lo que me mandaste ;).

Muchas gracias por comentar.

Angie dijo...

Durante ésta época se pintaban de verde las habitaciones de los niños con una pintura tóxica...muchos pillaban asma o se envenaban hasta llegar a la muerte...

Y nos quejamos porque ahora un bollo puede contener trazas de cacacahuete o glutén...somos unas nenazas...Y tampoco sé cómo hemos nacido, porque la comida chunga se daría en toda Europa, incluyendo las postguerras...Besoets!

Madame Macabre dijo...

Angie - Supongo que nos hacemos a lo que se nos ofrece y nos adaptamos a ello. Pero es cierto que cuando comes cosas de cultivo biológico o de tu propio jardín, notas la diferencia. Para empezar, se pudren antes, lo que te da una idea de lo que le echarán a lo que compras en el supermercado para conservarlo XD.

Muchas gracias por comentar.