En 1856 El Correo de la Moda recomendaba a sus lectoras:
"Hasta los veinticuatro años nos es permitido un traje que nos envuelva en una nube de gasas y de tules; hasta esa edad nos es lícito transformarnos en hadas o ninfas, pero en llegando a los veinticinco, ya es imprescindible vestirse como una mujer".
Taglioni, Grisi, Cerito, Pavlova son sólo algunos de los nombres de las más famosas bailarinas de ballet del
siglo XIX. Al igual que la ópera, el ballet tuvo su época de esplendor en el siglo XIX y ejerció sobre los espectadores una tremenda influencia cultural que se trasladó al ideal femenino de belleza. Las bailarinas se convirtieron entonces en las divas y modelo a seguir de la época.
Junto con estos elementos, el ideal femenino romántico era el de una damisela candorosa, pajarillo débil y espiritualmente sensible. Ello concuerda con los personajes populares del ballet clásico como las hadas, ninfas, ondinas, reinas - cisne o heroínas lánguidas.
A ello debe añadirse la función social que tenía el baile como una ocasión perfecta para arreglar futuros emparejamientos matrimoniales. De ahí que los trajes de baile del Romanticismo se parecen tanto a los vestidos de ballet.
Así, en 1832, Maria Taglioni estrena La Sílfide con un conjunto indumentario destinado a convertirse en el traje característico del ballet: tutú y corpiño blancos. El corpiño ajustado al tórax como un guante confiere a la danzarina fragilidad y delgadez; la enagua de muselina, la ligereza de la brisa y el blanco, pureza y candor. Al convertirse la bailarina en el ideal de belleza femenino a imitar, la mujer habrá de afectar candidez, fragilidad y ligereza. Lo que en lo material supone cintura estrecha, pecho y caderas amplias, y en lo espiritual ligereza, fragilidad y gracilidad.
No era tanto la delgadez, teniendo en cuenta que las mujeres decimonónicas apenas si realizaban ejercicio, sino la languidez y la debilidad lo que se buscaba. Y así era que muchas jóvenes afectadas de una languidez que no se correspondía con su estado de ánimo, pues la felicidad era cosa de disimularse.
Fuente: El Traje en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Pablo Pena González.
Fuente: El Traje en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Pablo Pena González.
2 comentarios:
Wow!
que interesante, nunca se me hubiese ocurrido a las bailarinas de ballet como ícono de la moda, y mucho menos en esa época.
¿Esa explica por qué las damas debían ser tan ocalladas y sumisas?
Es sólo una idea de mi enreversada mente?
No importa, pero si te gustaría sacarme estas incógnitas, respondeme a mi mail.
Cariñosamente, Penny
Besos!!☺♥
A mí me también me sorprendió cuando lo leí, aunque pensándolo bien, tiene sentido. Después de todo constituían una de las grandes expresiones artísticas de su tiempo, y resulta lógico que se convirtiesen en un icono de admiración, igual que hoy sucede con los ídolos musicales y los actores.
En cuanto a la razón de porque debían ser las damas calladas y sumisas es porque en el siglo XIX las mujeres seguían sin ser consideradas igual a los hombres. Su lugar era la casa y su tarea ocuparse de los hijos, en términos generales. Por ejemplo, no podían tener sus propias propiedades. No obstante, es también en el siglo XIX cuando comienzan los primeros movimientos feministas, solicitando el voto y poder llevar pantalones como los hombres. Ya publicaré algo sobre Amelia Bloomer, descuida ;).
Muchas gracias por comentar. Un saludo de Madame Macabre.
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