Uno de los fenómenos sociológicos más visionarios y longevos son los dandis, que en el siglo XIX se separaron del código para destacar por su apariencia pues a ella habían sublimado su personalidad. El dandi consagra la supremacía del individuo sobre la sociedad. Por este motivo, sigue sus propios dictados en materia de indumentaria, relativamente impermeable a los gustos mayoritarios, y orgulloso de su personalidad. El dandismo se fundamenta en la idea de la distinción social y supone, por tanto, una idea aristocrática.
La palabra "dandi" se usó en un sentido peyorativo hasta 1850, al menos en Francia, hasta que D´Aurevilly y Baudelaire le proporcionaron un fondo heroico, literario y existencialista. Así el propio Balzac escribiría una obra titulada "Traité de la vie élégante, physiologie de la toilette" o Tratado de la vida elegante, fisiología del aseo personal. Otros exponentes de esta corriente sería el francés Brummel o el famoso Oscar Wilde.
Los dandis buscan así la distinción indumentaria, un código de vestimenta apócrifo que llamará la atención en el período decimonónico e incluso será condenado. Pero pocos años fueron necesarios para demostrar que se encontraban a la cabecera de la evolución del vestir. El dandi es un aristócrata de espíritu. Comparte con el genio, figura contemporánea del dandi, la bendición divina del arte. Así dijo Boucher que "el dandismo es el romanticismo en la moda". Porque el romanticismo es la exaltación del individuo, apoya su derecho a la diferencia, pero de la misma exaltación nace en algunos individuos la supuesta certeza de su superioridad.
Y así, contra el temor de la homogeneización social y de la estandarización, surge la búsqueda de lo inimitable. Dentro de los propios dandis decimonónicos pueden distinguirse varias clases. En primer lugar el dandi elegante, que es aquel que busca despuntar a través de la elegancia y la meticulosidad de su atuendo, pero sin llegar a la estridencia. Como ejemplos podemos citar al Conde D´Orsay en Francia, o a Larra en España.
El segundo tipo de dandismo sería el extravagante, que goza del espectáculo de yo-vestido, y entra dentro del conjunto de rebeldes románticos. Son personas que dominan el código del vestir, y saben en consecuencia transgredirlo. Espronceda ha sido visto por algunos como ejemplo de esta vía, y también como una prefiguración de las tribus urbanas contemporáneas.
Dentro de los extravangantes, encontraríamos dos subtipos. El extravagante enfermizo, que es aquel que consciente de la fugacidad del ser y de la arbitrariedad de la existencia, acusa en su vestido y en sus gestos la desazón de la vida. Ellos convertirían en una moda la apariencia de sufrir tisis, la enfermedad más temida en el siglo XIX. Sería ejemplo del dandi languidecente el propio Lord Byron.
La segunda subclase sería el dandi extravagante andrógino, donde surge, por encima de todos, el nombre de George Sand, la famosa escritora que gustaba vestirse de hombre. Pero no era algo exclusivamente femenino, pues a muchos hombres les gustaba adoptar tejidos y colores propios del guardarropa femenino.
Para muchos autores el dandismo fallecería a principios del siglo XX, pero para otros revive en décadas posteriores. Diversos autores (Favardin y Bouëxière) niegan que el dandismo deba relacionarse con movimientos como el hippy, pues entienden que el dandismo carece del concepto de militancia o de relación política. Otros han querido ver en las contemporáneas tribus urbanas un reflejo póstumo de la esencia del dandismo, como Cristina Giorgetti. Pero dejando estas consideraciones al margen, queda patente el interesante hecho de que aún en períodos ciertamente conservadores en el vestir, como lo fue el XIX, alimentado por la etiqueta prefijada por las revistas de moda y otros elementos, ya se revelaban grupos que buscaban la individualidad, o cuanto menos sobresalir sobre una masa más o menos uniforme.
El dandismo como tal ha sido incluso rescatado en algunas colecciones de moda contemporáneas por ciertos diseñadores como el genial Alexander Mcqueen.
Fuente: El Traje en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Pablo Pena González.
No hay comentarios:
Publicar un comentario